Edward Bach
Existen dos formas posibles de relatar la historia vital de los personajes que habitan o han habitado la Tierra: una los reduce a fechas, títulos, méritos monetarios o publicaciones, la otra se acerca a la historia del alma expresada por medio de la personalidad.
Edward Bach tuvo su biografía científica rozando la genialidad. Era un profesional reconocido, valorado, admirado, famoso, un triunfador. Pero además poseía un alma grande que transfiguraba esta envoltura.
Nacido en Moseley, cerca de Birmingham el 24 de Septiembre de 1886, destacó desde la niñez por su amor a la naturaleza, por su carácter alegre, revelándose poco a poco como un ser compasivo, que no podía permanecer inmóvil ante el dolor de los demás. Estos dos intereses se combinaron para guiarlo al conocimiento de la cura que buscaba.
Desde el colegio, soñaba con ayudar a muchos enfermos, descubriendo una forma simple de cura que sanaría cualquier tipo de enfermedad, también solía soñar que de sus manos fluía un poder curativo y que todos a quienes tocaba, se curaban. Más adelante su ideal de un sistema de curación simple para toda enfermedad se convirtió en el propósito de su vida.
Pero el niño Bach no era un mero soñador. Su certidumbre, la intensidad de sus propósitos, su interés por todas las cosas, por más pequeñas que fueran, se combinaron para crear un gran genio.
Al finalizar el colegio ya tenía la firme decisión de convertirse en médico, pero sintió que no podía pedir a sus padres afrontar tales gastos, así que decide trabajar en la fundición de latón, fueron 3 largos y difíciles años que Bach pasó en la fábrica, pero no fueron perdidos, ahí entre los trabajadores logró un conocimiento y comprensión de la naturaleza que fue la base de su Obra.
Comenzó los estudios de medicina en la Universidad de Birmingham cuando tenía veinte años; su finalidad era investigar desde el conocimiento científico. En 1913 se gradúa como médico y cirujano, luego en 1914 recibe el diploma en Salud Pública de Cambridge.
Puso su consulta en Harley Street, calle donde tenían sus consultorios los mejores médicos del momento.
Bach estaba decepcionado de los tratamientos convencionales que no mejoraban del todo a los pacientes. Empezó a interesarse por la inmunología e ingresó como bacteriólogo en el Hospital Universitario, buscando en esta disciplina una respuesta a sus inquietudes.
Descubrió la radical importancia de las bacterias intestinales presentes en los enfermos crónicos, observando que su número era mucho mayor que en los sanos. Creó una serie de vacunas que se inyectaba en el caudal sanguíneo de los pacientes con resultados espectaculares; sin embargo, las reacciones dolorosas que experimentaban, así como la inflamación que se producía, le llevó primero a variar la frecuencia de las dosis y luego, a seguir investigando.
Estas vacunas revolucionaron los tratamientos de la época. La salud de Edward Bach era débil y en 1914 ya no lo reclutaron para la guerra, pero quedó a cargo de cuatrocientas camas en el Hospital Universitario.
Trabajaba incesantemente, no permitiéndose descanso alguno, hasta que se sentía tan enfermo que solía desmayarse en su mesa de laboratorio. Todo este tiempo estuvo sintiendo la llamada de la naturaleza, la necesidad del contacto con sus bosques y los ríos que tanto amaba de la mágica tierra de Gales.
En julio de 1917 tuvo que ser operado con urgencia, pues padeció una serie de hemorragias y perdió el conocimiento. Bach sobrevivió pero le dieron 3 meses de vida. Pasó semanas en cama que fueron de indescriptible dolor y angustia del cuerpo y la mente. Pensó que si tenía tan poco tiempo iba a aprovecharlo para avanzar la obra que recién empezaba y apenas pudo acudir al laboratorio del hospital siguió investigando.
Decidió avanzar sus trabajos, ya que su tiempo parecía ser breve, pero la determinación, la entrega a los otros, la voluntad de seguir en la misión que era el propósito de su vida obraron el milagro de la recuperación.
Edward Bach estaba convencido de que no hay obstáculos cuando una persona manifiesta amor, Interés y un propósito definitivo en la vida.
En 1918, durante una epidemia de gripe, se le autorizó inyectar a los soldados del ejército de Gran Bretaña una vacuna que él había inventado, salvando miles de vidas a estos soldados y a otros extranjeros.
Entre 1919 y 1922 prosigue sus estudios basándose en el tratado de homeopatía de Hahnemann, analizando las coincidencias entre este método y sus ideas de tratar al paciente y no a la enfermedad, viendo que son los síntomas mentales lo importante. Pasó a usar sus vacunas por vía oral.
Su celebridad como médico y su fama de calidad humana iban en aumento. Observaba a las personas que le rodeaban en comidas a las que era invitado, estableciendo tipos o familias por comportamientos exteriores, tales como la manera de hablar o moverse, pensando que entre ellos formaban grupos o categorías que responderían de igual forma ante los tratamientos para diversas enfermedades.
En septiembre de 1928 se decidió finalmente a viajar al país de Gales, buscando en la naturaleza que tanto amaba los remedios procedentes de los árboles y las plantas, pues intuía que encontraría similares condiciones de vibración que lo encontrado en sus vacunas. Buscó los remedios para los estados emocionales que le aquejaban, y encontró la flor impatiens y mímulo, cerca de la ladera de una montaña. Más tarde halló la clemátide y los tres fueron acorde con su miedo, su prisa y sus sueños.
En febrero de 1930 publica su trabajo El mundo homeopático y algunos nuevos remedios y su utilización. Sabía que en plantas y árboles estaba la sustitución de los preparados de bacterias por unos nuevos remedios.
En este mismo año había tomado la decisión de dejar Londres y adentrarse en los bosques que siempre había añorado; para este hombre la naturaleza significaba mucho más de lo que podemos imaginar. Se despidió de sus amigos y fue descubriendo su gran sensibilidad para las plantas.
A los 43 años siguió por fin los dictados de su sabiduría interior y partió rejuvenecido y lleno de alegría, olvidando la maleta en la que llevaba sus útiles de laboratorio y cargando sólo con la ropa y zapatos que serían en realidad sus instrumentos para la tarea de investigación.
Así fue encontrando, según sus estados anímicos, las flores que curaban la desconfianza, el exceso de preocupación, el pánico, la duda, los celos, la inseguridad... Se dice de él que su sensibilidad enorme le permitía sentir las propiedades de los remedios al acercárselos a los labios; Bach consideraba la curación como un don divino y se entregó por entero, ayudado por contribuciones y regalos de amigos. Siempre encontraba lo suficiente y así descubrió los treinta y ocho remedios que obedecían a las pautas deseadas:
- no serían agresivos.
- el efecto sería amable y seguro.
- producirían la curación del cuerpo y de la mente.
- no causarían dolor.
Con estas mismas connotaciones se seguiría también el proceso de elaboración. Con su mentalidad y formación científica estudió las especies vegetales del entorno, viendo su momento de floración, número de pétalos, terreno en el que crecían, colores, semillas, raíces, si crecían junto a las montañas, a los ríos... Bach gustaba de leer las signaturas que Paracelso había desarrollado en el siglo XVI, elaborando así la ley de similitudes que vendría a acercar el plano de la forma a los planos del pensamiento, reunificando personalidad y alma.
Las signaturas son los indicios puestos por la mente creadora en las formas de los vegetales, cuyos paralelismos han llevado a la aplicación terapéutica; de este modo la impatiens, cuyas semillas saltan al menor toque, curarían la prisa, la impaciencia.
Edward Bach comprobó que las flores eran las partes de la planta con mayor energía vibracional, allí en la flor estarían contenidos los principios de mayor potencial curativo. El Sol actuaba como revitalizador y fuente de energía, así, paso a paso, llegó a completar el método de recolección del rocío sobre los pétalos de las flores, viendo la diferencia entre las que estaban al sol y las que crecían en la sombra.
Edward Bach llegó al proceso de elaboración (Método Solar) que se mantiene hasta nuestros días. Este método consistía en el almacenamiento de la energía de las flores sobre un recipiente con agua cristalina, exponiéndolo al sol durante unas horas y conservando luego en pequeñas botellas está agua con brandy biológico. El motivo para utilizar el brandy era, en primer lugar, para preservar la pureza del preparado, habiendo elegido Bach este producto por ser la vid uno de los treinta y ocho remedios, manifestando así una afinidad vibracional con el conjunto.
Edward Bach muere en noviembre de 1936 con la certeza de haber cumplido su misión en la vida encontrando estos treinta y ocho remedios florales.
Desde entonces su casa pasó a ser el Bach Centre y gracias a sus amigos y leales colaboradores se mantiene hasta el día de hoy el conocimiento y sistema original tal cual como Bach lo dejó para la humanidad.